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Creo que creo

Nietzsche, en la ‘Gaya ciencia’, escribió uno de sus aforismos más célebres:

“¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos, asesinos entre todos los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía el mundo hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿quién quitará de nosotros esta sangre?”.

Nietzsche observó en su época la erosión de las creencias religiosas, que habían servido como fundamento básico para gran parte de la humanidad. Luego de la Ilustración, la idea de un universo gobernado por leyes físicas y no por Dios se había expandido. Se había demostrado que los gobiernos ya no necesitaban organizarse en torno a la idea del derecho divino para ser legítimos. Podían existir teorías morales amplias y consistentes sin referencia a Dios. La creciente secularización del pensamiento en occidente llevó a Nietzsche a indicar que no solo la idea tradicional de Dios estaba muerta, sino también que los seres humanos lo habían matado con su revolución científica. Sin embargo, advirtió riesgos. En ‘Crepúsculo de los ídolos’ escribió:

“Cuando uno abandona la fe cristiana, se quita de debajo de sus pies el derecho a la moral cristiana. Esta moral no es en absoluto evidente por sí misma… El cristianismo es un sistema, una visión global de las cosas pensadas en conjunto. Al separar de él un concepto principal, la fe en Dios, se rompe el todo”.

Friedrich Wilhelm Nietzsche nació en 1844, en la casa parroquial del pueblo prusiano de Röcken (hoy parte de Alemania). Tanto su madre como su padre provenían de una larga línea de pastores luteranos. Ralph Eichberg, del Centro de Documentación de Nietzsche en Naumburg, relata que, durante el sermón de su bautizo, su padre dijo:

“¿Qué creen que será de este niño: el bien o el mal?”.

Nietzsche creció junto a sus padres y sus hermanos Elisabeth y Joseph. Sin embargo, cuando tenía cuatro años, a su padre le diagnosticaron una encefalopatía terminal. Perdió la vista y quedó postrado en cama. Tras un extremo sufrimiento, murió un año después. Al año siguiente murió su hermano menor. La agonía y muerte de su padre generó en Nietzsche la pregunta:

“¿Por qué aquel Dios, a quien su padre había amado tanto y consagrado su vida, lo castigó con tales tormentos?”.

Fue el comienzo de un viaje hacia la duda que definiría su vida. Nietzsche fue criado por su madre y dos tías. A los 20 años, se trasladó a Bonn para estudiar teología y convertirse en pastor luterano. En ese lugar, conoció un nuevo y controvertido método de estudio de la Biblia, el criticismo bíblico, que planteaba que los textos sagrados no eran históricos, sino en gran medida mitos. Para Nietzsche, este enfoque fue revelador. El sufrimiento y muerte de su padre lo habían llevado a cuestionar emocionalmente la idea de Dios y ahora tenía fundamentos intelectuales para desarrollar sus dudas. El siquiatra y filósofo Karl Jaspers, en su libro ‘Nietzsche y el cristianismo’ cita:

“¿No habrá sido extraviada la humanidad, durante dos mil años, por una quimera? O bien: Grandes trastornos aún nos aguardan, cuando la muchedumbre haya comprendido que todo el cristianismo reposa en unas convenciones: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la autoridad de la Biblia, siempre seguirán siendo problemas. Yo he tratado de negarlo todo. ¡Oh, es fácil demoler, pero reconstruir!”.

Para Nietzsche, perder la fe supuso una inmediata ruptura con su familia. El rechazo del cristianismo implicó el abandono de sus estudios de teología. Desde el principio, se dio cuenta de que la pérdida de la fe no iba a ser un camino fácil. En 1865, le escribió a su hermana:

“Si deseas el reposo y la felicidad del alma, cree; si, por el contrario, quieres ser un discípulo de la verdad, busca”.

Si en el cristianismo ya no había un conjunto de reglas morales vinculantes que pudieran regir nuestras vidas, ya no había solución para el miedo humano al vacío. Y acaso lo más importante: la salvación eterna dejaba de ser el objetivo principal de la humanidad, dejando la vida sin un propósito espiritual superior. Nietzsche, reorientó sus estudios hacia la filología. La lectura de Schopenhauer, lo marcó profundamente. Schopenhauer, se había esforzado en encontrar un propósito a la vida sin Dios, pero sus conclusiones eran pesimistas. Afirmaba que la existencia humana era un ciclo de sufrimiento constante. Para Schopenhauerlo mejor habría sido no haber nacido. Argumentaba que los seres humanos permanecen en un estado de deseo constante, y ese deseo o bien se frustra, generando desencanto, o bien se satisface, pero deja un vacío que lleva a nuevos deseos insaciables. La solución, según Schopenhauer, era no empeñarse en buscar la felicidad para evitar la ansiedad. Aunque Nietzsche aceptaba el diagnóstico de Schopenhauer de que la vida era sufrimiento, rechazaba la renuncia a la existencia. Estaba decidido a afirmar la vida pese al dolor que conllevaba. Su temor al nihilismo lo expresó en ‘La voluntad de poder’, en que escribió:

“Lo que cuento es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que está por venir, lo que ya no puede venir de otra manera: el advenimiento del nihilismo… Desde hace algún tiempo, toda nuestra cultura europea se está moviendo hacia una catástrofe”.

Nietzsche veía el nihilismo como una ‘fuerza corrosiva’ capaz de destruir las instituciones y estructuras que daban estabilidad a la vida. Hablaba con pesimismo cuando advertía la inminente caída de la estructura de valores cristianos de la sociedad debido a la fricción objetiva provocada por la Revolución Científica e Industrial. Señalaba que cuando el cristianismo cayera, dejaría a la sociedad sin ningún marco moral al que adherirse, colocando a la humanidad en un preocupante limbo normativo. Al advertir esto, ofreció una salida: crear nuestros propios valores y ocuparnos de darle sentido a nuestra vida. En Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie’, propuso una metáfora de este proceso ejemplificado en tres transformaciones:

“Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león, y cómo finalmente el león se convierte en niño”.

En la primera transformación, el espíritu se convierte en camello. El camello es un animal del desierto. Los camellos cargan con fardos, y caminan hasta lo más profundo del desierto en soledad. Para Nietzsche, los camellos tienen dos defectos, su No’ es un falso no, es un no con resentimiento. Y su ‘Sí’, es un falso sí. Cree que decir sí, significa asumir, aceptar, cargar. El camello carga con el peso de los valores establecidos por su cultura y sociedad:

“Su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. ¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien”.

Los camellos bajan la cabeza sin quejarse. Hacen lo que se les pide, sin dudarlo. Asumen la carga de sus amos. Los camellos son dóciles, sumisos, obedientes. Su vida tiene que ver con el sacrificio. Expresan su poder a través de su resistencia, su capacidad de soportar la sed durante largo tiempo; aceptan las cargas y las penurias suyas y de otros. Asumen una tarea y persisten en ella hasta verla completada. El camello se realiza al decir: Yo puedo’. El camello piensa ‘Estoy obligado a hacerlo’. Ansiosos por demostrar que somos fuertes y capaces, buscamos los desafíos más pesados y nos obligamos a nosotros mismos. Nos arrodillamos como el camello, que quiere estar bien cargado. Nietzsche describe el espíritu del camello como un coleccionista de cargas, conquistas y cicatrices:

“Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto”.

Sin embargo, esta autoexigencia arriesga a envenenarnos de amargura, desesperación y ganas de venganza. Nietzsche, había experimentado en carne propia esta etapa. Cuando el camello cargado va solo por su desierto tiene la oportunidad de reflexionar y comprender el significado de su carga. No son todas suyas. En soledad, comienza a cuestionar los valores y las reglas que dan forma a la comunidad a la que pertenece, dimensiona el peso de los fardos que ha cargado y mira las heridas que le han provocado. Ahora el camello aspira a ser libre.

Es en la soledad del desierto donde ocurre la segunda transformaciónAquí el camello se convierte en león. El león es el depredador de los viejos valores. Nietzsche utiliza el símbolo del león porque es una bestia de presa, es la bestia más poderosa, capaz de vencer a las demás. El león, es un poder altivo, de dominio y conquista, de libertad. Defiende lo suyo, fija límites. Afirma su dignidad. El león cuando se siente amenazado ataca y destruye. El león impone su voluntad ’Yo quiero’:

“Quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria. ¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? ‘Tú debes’ se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice ‘yo quiero’. ‘Tú debes’ le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente ‘¡Tú debes!’”.

El camello se convierte en león cuando en la soledad del desierto se da cuenta que los fardos que carga no tienen valor. En ese momento, impone su propia voluntad al mundo. Pero, en el desierto, el león se encuentra con un dragón. El dragón es la imagen que Nietzsche utiliza para representar el poder de la cultura y las normas sociales. El león podría ceder al brillo de los valores, virtudes y oportunidades que le ofrecen sus semejantes, y olvidarse del peligroso viaje de descubrimiento. Podríamos conformarnos con lo que proponen las tradiciones, las normas y las instituciones existentes. Dejar que nuestros padres, relaciones y sociedad decidan por nosotros. Esto es lo que argumenta el dragón. Brillantes escamas. Esta es una etapa de conflictos. Por un lado, queremos seguir nuestros deseos y aspiraciones, rechazar lo establecido, fijar límites, afirmar nuestra propia identidad, vivir con nuevos valores. Pero, por otro lado, tenemos que lidiar con las restricciones que la sociedad impone. El conflicto entre el león y el dragón es un combate a muerte. El león contempla los valores del mundo y dice: ‘Ya no quiero esto’. Sin embargo, para avanzar el león debe transformase.

En la tercera transformación, el león se convierte en niño. Para Nietzsche, el niño es el símbolo de la inocencia y de un nuevo comienzo. Es la ausencia de culpa, el juego, el perdón, la creatividad, el disfrute. Un espíritu infantil es vital para la felicidad, la salud y el bienestar. El niño es curioso y lleno de asombro. El niño no se deja agobiar por reglas y valores impuestos, el niño descubre por sí mismo el sentido de las cosas:

“¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse en niño? Inocencia es el niño, y olvido; un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí”.

El león se convierte en niño cuando el individuo que dice ‘quiero’ deja de afirmar su oposición a la ley del ‘tú debes’, y cambia su actitud por el ‘deseo de crear’: el espíritu ahora crea su propio mundo, ‘nuevos valores’. La vida deja de ser una lucha reactiva para derrotar enemigos y derribar obstáculos. La vida se convierte en una celebración, un acto sostenido de afirmación pura, de un santo decir síEl espíritu infantil conoce la alegría de vivir y la inocencia de la creatividad. Una alegre aceptación. El niño expresa el poder de la creación perpetua, la infinita curiosidad, es la afirmación plena de la vida. Nietzsche creía que el espíritu verdaderamente libre se parecerá a los niños que juegan, que descubren el mundo por primera vez, sin la carga del pasado. Después de escribir ‘Así habló Zaratustra’, Nietzsche se alejó aún más de sus amigos y familiares. El peso de los valores victorianos empeoró cada vez más su deteriorada salud mental. Había hablado de la locura como una solución cómica, como una última bufonada. Gilles Deleuze, en su libro ‘Nietzsche’ escribe:

“Llega el gran año 1888: El crepúsculo de los ídolos, El caso Wagner, El Anticristo, Ecce Homo. Todo sucede como si las facultades creadoras de Nietzsche se exacerbaran, tomaran un último impulso que precede al hundimiento. Cambia incluso el tono en estas obras de una gran maestría: una nueva violencia, un nuevo humor, algo así como lo que hay de cómico en lo Sobrehumano”.

El 3 de enero de 1889, a los 44 años, mientras caminaba por una calle de Turín, Nietzsche fue testigo de una escena que le hizo detenerse: un cochero estaba maltratando a su caballo que, exhausto, no quería seguir caminando. Nietzsche intervino. Rodeó el cuello del caballo con sus brazos y rompió a llorar. Sus últimas palabras fueron:

“Mamá, soy tonto”.

Luego vino el derrumbe. Nunca se recuperó. Después de dos derrames cerebrales y contraer neumonía, en el verano de 1900, Nietzsche murió. Tenía 55 años.

Nietzsche nos dejó una gran pregunta: ¿Cómo podemos darle sentido a la vida en ausencia de un fundamento metafísico o divino? Su respuesta apuntó a afirmar la vida: antes que renunciar a la existenciaHay que convertirla en una obra de arte. Una constante creatividad encarnada en la figura del niño. Un enfoque inocente, liviano y afirmativo de la vida, como claves para el florecimiento espiritual y la existencia creativa. Nos invitó a no caer en el sinsentido. Buscar posibilidades. Las transformaciones alegóricas de Nietzsche son una guía para ayudarnos a superar el sufrimiento que necesariamente vienen con la búsqueda de la libertad y el autodominio creativo. Fiel a su estilo, escribió:

“Nuestra fe en la ciencia reposa siempre sobre una fe metafísica -también nosotros los actuales hombres del conocimiento, nosotros los ateos y anti metafísicos, también nosotros extraemos nuestro fuego de aquella hoguera encendida por una fe milenaria, por aquella fe cristiana que fue también la fe de Platón, la creencia de que Dios es la verdad, de que la verdad es divina…”.

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