
Tecnologías espirituales
Jacques Monod fue un bioquímico francés, ganador del Premio Nobel por sus descubrimientos referentes al control genético de la síntesis de enzimas y virus. Monod, no solo fue un biólogo destacado, era músico, un gran escritor y durante la Segunda Guerra Mundial fue miembro activo de la resistencia francesa. En su libro El azar y la necesidad, planteó la idea de que la vida en la tierra surgió por un accidente químico de probabilidad cero, un evento único e irrepetible. Escribió:
“El hombre sabe por fin que está solo en la inmensidad insensible del universo, de la cual surgió solo por casualidad. Su destino no está definido en ninguna parte, ni es su deber. El reino está arriba y la oscuridad abajo; él debe elegir”.
Para Monod, somos agentes químicos en un majestuoso, pero impersonal drama cósmico, un espectáculo irrelevante por no deseado. Monod en su libro destacó al biólogo finlandés Henning Karström por sus estudios enzimáticos que consideró ‘clásicos’. En su libro escribió en una nota al margen:
“El investigador finés Karström, que había en los años 30 aportado contribuciones notables al estudio de estos fenómenos, abandonó a continuación la investigación, parece ser que para hacerse monje”.
Efectivamente, en 1934, Karström adoptó una profunda visión religiosa de la vida y se unió a la Iglesia Adventista. Muchos de sus colegas no entendían su religiosidad. Ambos biólogos brillantes observaron el mismo proceso natural de la lactosa. Monod a pesar de su ateísmo, lo describió como casi milagroso. Sin embargo, Karström, se remeció de tal forma que fue más allá para acercarse personalmente al misterio de la vida. Por un lado, está la experiencia, y por el otro, las historias que contamos sobre ella. La historia de la espiritualidad humana en su conjunto es un esfuerzo constante para dar sentido al mundo que habitamos. En 2009 se publicó el estudio Cognitive and neural foundations of religious belief que señala:
“Nuestros resultados son únicos al demostrar que los componentes específicos de las creencias religiosas están mediados por redes cerebrales bien conocidas”.
En coherencia con este estudio, en junio de 2021, en A Neural Circuit for Spirituality and Religiosity Derived From Patients With Brain Lesions, sus autores afirman que lograron localizar un circuito cerebral concreto para la espiritualidad y religiosidad. Michael Ferguson, el investigador principal señaló:
“Nos sorprendió descubrir que este circuito cerebral para la espiritualidad se centra en una de las estructuras cerebrales mejor conservadas evolutivamente”.
Robert Ornstein, en su libro God 4.0: On the Nature of Higher Consciousness and the Experience Called ’God’, explica que nuestra mente selecciona partes de la realidad que considera relevantes para nuestra supervivencia, y nos la presenta como una ‘realidad virtual limitada’. Sin embargo, también poseemos una ‘segunda red de cognición’ que, cuando se activa, permite trascender las barreras de la conciencia ordinaria para experimentar una conexión más amplia y una comprensión profunda de nuestro lugar en el universo. Escribe Ornstein:
“Es lo que la gente ha intentado activar, desde los primeros sabios chamanes hasta Moisés hace 3.500 años, Jesús hace 2.000 años, Mahoma hace 1.400 años, y hasta la miríada de buscadores contemporáneos”.
Esta segunda red cuando se activa permite experiencias que trascienden la percepción cotidiana y proporciona una base biológica para la espiritualidad. Todos experimentamos esta activación hasta cierto punto, por ejemplo, cuando encontramos la solución a un problema o tenemos una percepción intuitiva o creativa o cuando percibimos una conexión con un todo más grande que nosotros mismos. No es creencia, es una capacidad que está latente y se puede desarrollar. En palabras de Ornstein:
“Los accidentes pueden activarla, como también ciertos procedimientos, como la meditación, el aislamiento, el ayuno, la sobreestimulación, la oración y el uso de drogas, que han aparecido en todas las sociedades conocidas. Todos ellos implican una ruptura o una desviación de la cognición normal y la apertura de ‘otro mundo’, como se lo ha llamado metafóricamente”.
Nuestros antepasados carecían de una comprensión precisa de la naturaleza, la cognición y la fisiología humanas, por lo que no tenían la base de conocimientos ni el lenguaje para interpretar sus experiencias o atribuirlas correctamente. Ornstein escribe:
“La experiencia trascendente ha sido malinterpretada, maltratada y, muy a menudo, deliberadamente manipulada con fines de control social e incluso sexual y con fines políticos”.
André Comte-Sponville, filósofo francés en su obra El alma del ateísmo: Introducción a una espiritualidad sin Dios, argumenta que la espiritualidad no necesariamente requiere la creencia en un dios o dioses. Para él, la espiritualidad se manifiesta en la aceptación de lo trascendente en términos de valores universales como el amor, la justicia, la paz y la libertad, que son accesibles a través de la experiencia humana directa y no dependen de un ente sobrenatural. Propone una ‘fidelidad’ a estos valores, enfatizando que se puede vivir una vida espiritual rica y significativa manteniendo la fidelidad a los ideales que promueven la bondad y el bienestar colectivo, sin necesidad de adherirse a un sistema religioso específico. Comte-Sponville enfatiza la importancia de la ‘admiración’ como parte de su enfoque espiritual, sugiriendo que la capacidad de maravillarse ante el mundo y la existencia es una forma fundamental de experiencia espiritual que enriquece nuestra vida y profundiza nuestro entendimiento del universo. Esta espiritualidad laica es una forma de reconocer la importancia de lo trascendente y sublime en nuestras vidas, sin tranzar el compromiso con la racionalidad y el escepticismo. Escribe:
“¿Quién de entre nosotros no tiene alguna vez sus momentos de atención, de plenitud al menos parcial, de paz, de simplicidad, de frescura, de ligereza, de verdad, de serenidad, de presencia, de aceptación, de libertad? Este es el camino en el que nos encontramos (el camino de la espiritualidad: el espíritu mismo como camino) y sobre el que tenemos que avanzar”.
El concepto de espiritualidad ha evolucionado considerablemente a lo largo del tiempo. En términos generales, la espiritualidad puede entenderse como una conexión con algo superior a uno mismo, vinculada a prácticas destinadas a transformar nuestra experiencia vital de manera positiva. Según el historiador Peter Heehs, en su obra Espiritualidad sin Dios: Su historia y su práctica, la distinción entre espiritualidad y religión data de hace unos 125 años. A pesar de su creciente popularidad, la definición de espiritualidad sigue siendo elusiva. Heehs identifica tres características fundamentales que suelen resaltar los autores contemporáneos:
- Subjetividad: Los individuos espirituales priorizan sus sentimientos y experiencias internas, mostrando una relativa indiferencia hacia los estándares externos de pensamiento y comportamiento. Buscan respuestas internas —como la verdad, armonía, amor, plenitud y paz— en lugar de adherirse a las ideas impuestas por otros individuos o grupos.
- Autonomía: Las personas espirituales valoran su libertad personal en sus interacciones con las comunidades a las que pertenecen, y son escépticas respecto a las doctrinas, textos sagrados e instituciones. Si optan por unirse a un grupo o seguir una enseñanza, lo hacen por elección propia y rechazan cualquier noción de exclusividad.
- Esfuerzo individual: Las personas espirituales ven su práctica en términos de experiencia y esfuerzo personal. Priorizan la autodisciplina, la meditación y el estudio individual por encima de rituales colectivos y otras actividades grupales.
Además de estas características, Heehs señala otros tres aspectos que pueden variar en importancia entre diferentes individuos y grupos:
- Universalidad: Muchas personas creen que las experiencias espirituales son universales, encontrando paralelismos en las enseñanzas de místicos de diversas épocas y culturas, lo que los lleva a estar abiertos a inspiraciones de múltiples tradiciones.
- Empirismo: Algunas personas espirituales modernas buscan integrar espiritualidad y ciencia, tratando la espiritualidad como una ciencia empírica con sus propias hipótesis y métodos experimentales.
- Corporalidad: La integración de la mente, corazón, cuerpo y espíritu es fundamental, reflejada en la popularidad del yoga, taichí, ayurveda, y otros métodos físicos y terapéuticos, desafiando la antigua dicotomía entre cuerpo y espíritu.
Heehs concluye que la espiritualidad del siglo XXI no necesita estar vinculada a la religión, y de igual manera, las prácticas espirituales no requieren de creencias religiosas. Escribe:
“Espiritualidad es un término imperfecto, pero es el único que tenemos para referirnos a un área de la experiencia humana cada vez más importante. Más que preocuparnos por sus carencias será mejor que lo aceptemos y avancemos”.
La espiritualidad es un aspecto de la experiencia humana que es accesible y significativa dentro de un marco racional y empírico. No es antitética a la ciencia, sin embargo, son pocos los científicos y filósofos que han desarrollado grandes habilidades de introspección. De hecho, la mayoría duda de que tales capacidades existan. Por el contrario, muchos de los grandes contemplativos no saben nada de ciencia. En cambio, existe una relación entre el hecho científico y la sabiduría espiritual, y la relación entre ambos es más directa de lo que comúnmente se piensa. Steve Taylor, profesor de psicología en la Universidad Leeds Beckett, en su libro Spiritual Science, reconoce que a menudo se supone que hay solo dos formas de interpretar el mundo: una forma científica racional y una forma religiosa irracional, por lo cual propone un tercer camino: una visión espiritual de la realidad. Escribe:
“Tenemos que volvernos hacia el interior y explorar nuestro propio ser. Las nuevas tecnologías que contribuyen a una mayor manipulación del mundo ya no son tan importantes: es más urgente que hagamos uso de las ‘tecnologías espirituales’ para que contribuyan a expandir nuestra conciencia y, como resultado de ello, obtener una nueva visión del mundo”.
Sam Harris, filósofo, neurocientífico y crítico del fundamentalismo religioso, sostiene que es posible practicar la espiritualidad de manera racional y sin la necesidad de adherirse a dogmas. En su libro Waking Up: A Guide to Spirituality Without Religion, explora la idea de que se puede alcanzar un profundo sentido de bienestar y autoconocimiento a través de la meditación y otras prácticas contemplativas, sin tener que recurrir a las religiones organizadas. Escribe:
“Nada de lo que pueda experimentar un cristiano, un musulmán y un hindú –amor que trasciende el yo, éxtasis, iluminación interior– constituye una prueba que corrobore sus respectivas creencias tradicionales, puesto que estas son lógicamente incompatibles las unas con las otras. Tiene que operar un principio más profundo”.
Para Harris, la espiritualidad está profundamente ligada a la experiencia de la conciencia. Existen personas que están felices en medio de privaciones y peligros, mientras que otras se sienten miserables, a pesar de tener toda la suerte del mundo. Nuestra mente es la base de todo lo que experimentamos y de todas las contribuciones que hacemos a la vida de los demás. El monje francés Matthieu Ricard en su libro Happiness: A Guide to Developing Life’s Most Important Skill describe su experiencia con la meditación:
“Una profunda sensación de florecimiento que surge de una mente excepcionalmente sana”.
Por supuesto la mayoría de nosotros nunca llegará a dominar esta práctica para alcanzar el nivel de felicidad imperturbable de la que habla Ricard, pero podemos avanzar en la dirección correcta. La felicidad y el sufrimiento, por muy extremos que sean, son estados mentales, ya que nuestra mente determina la calidad de nuestra experiencia vital. Estas prácticas pueden alterar la función y la estructura del cerebro de maneras que promueven el bienestar emocional y la resiliencia mental. Harris escribe:
“Hay un diamante, y he dedicado una gran parte de mi vida a contemplarlo, pero para alcanzarlo es imprescindible que nos mantengamos fieles a los más profundos principios del escepticismo científico y que no rindamos pleitesía a la tradición”.
Nuestra creencia es una elección personal. Podemos creer que el Big Bang, la distribución del espacio y el tiempo, el equilibrio entre masa y energía, etcétera, son hechos accidentales. Es posible que la creación se deba a procesos físicos aleatorios sin causa, propósito o intención de ningún tipo. De hecho, es tan posible, y tan imposible de demostrar, como probar la existencia de un espíritu subyacente al universo que lo anima y sustenta, que une nuestra alma y la de todos y tal vez todo lo que existe o haya existido. Sin embargo, más allá de los mitos y rituales que han dividido a la humanidad en bandos de creencias durante milenios, contamos con la capacidad latente de realizar prácticas espirituales que nos ayuden a sentirnos más cómodos en el mundo sin tener ninguna razón para ello, aunque solo sea durante unos pocos minutos seguidos.En palabras de Harris:
“No nos hacen falta datos de ningún laboratorio para decir que la autotrascendencia es posible. Y no tenemos que ser unos virtuosos de la meditación para darnos cuenta de sus beneficios. Dentro de nuestras capacidades está la de reconocer la naturaleza de los pensamientos, la de despertar del sueño de ser meramente nosotros y, de este modo, mejorar en cuanto a poder contribuir al bienestar de los demás”.